Predecir, manipular, controlar: La guerra de los datos

Los datos han reemplazado al petróleo como el recurso más valioso. En un mundo donde predecir es poder, la guerra de los datos define el futuro de naciones y corporaciones. ¿Quién controla la información y quién es controlado por ella? Descubre cómo la manipulación, la predicción y el dominio de los datos están reconfigurando el orden global.

Versión extendida de la columna: Las próximas guerras serán por los datos

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En 2005, hace 20 años, masterizaba la imagen del documental Sed, de Mausi Martínez, que en palabras de Adolfo Pérez Esquivel —Premio Nobel de la Paz—, advertía que las próximas guerras serían por el agua.

Irónicamente, el agua nos sobra. Cuando resolvamos la energía necesaria para desalinizar océanos y el impacto ambiental del reciclado de la salmuera, el problema estará técnicamente resuelto. Pero quizás la solución no pase por ahí, sino por un camino más inaccesible y costoso, como extraer agua de meteoritos. Un método lo suficientemente exclusivo para que el recurso siga estando en manos de unos pocos.

Dos décadas después, mientras las guerras por el agua siguen siendo parte de la ecuación geopolítica, otro recurso ha captado aún más atención. Uno que, a diferencia del agua, no se agota al usarse, pero que, en las manos correctas —o equivocadas—, puede moldear el futuro de naciones enteras.

Ese recurso son los datos. Y como todo lo que es fundamental para la humanidad, también despierta esas pasiones que llevan a los humanos a los peores extremos.

De los datos al poder

Para medir el flujo de tráfico, uno podría recurrir a satélites que analicen imágenes en tiempo real o, como hacen los navegadores, aprovechar los datos de movimiento de cada usuario para predecir embotellamientos. Si un alto porcentaje  de dispositivos reportan que están detenidos o avanzan lentamente, el sistema deduce que algo está pasando. Simple, ¿no?

Pero este principio se extiende mucho más allá del tráfico. Desde la actividad de las redes sociales hasta los patrones de consumo energético o las fluctuaciones en los mercados financieros, todo lo que hacemos genera datos. En el pasado, nuestra capacidad de capturarlos era limitada. En las últimas décadas, logramos almacenarlos de manera masiva. Sin embargo, lo verdaderamente revolucionario hoy es que, gracias a las redes neuronales y el aprendizaje profundo, podemos encontrar patrones donde antes solo veíamos ruido.

El poder de encontrar patrones en la complejidad

El gran salto no es solo la acumulación de datos, sino nuestra capacidad de analizarlos a una escala y velocidad impensables. Un banco de imágenes satelitales de hace 20 años servía para archivar información; hoy, un sistema de visión computacional puede procesarlas en tiempo real y detectar cambios sutiles que predicen crisis humanitarias, operaciones militares encubiertas o incluso la aparición de enfermedades en cultivos antes de que sean visibles al ojo humano.

Esta capacidad no es meramente descriptiva, sino predictiva. Con suficientes datos y modelos de IA suficientemente entrenados, es posible anticipar tendencias económicas antes de que se reflejen en los indicadores tradicionales, detectar movimientos sociales antes de que estallen en protestas o incluso prever decisiones políticas basadas en cambios de discurso.

El poder computacional ha dejado de ser una herramienta más: se ha convertido en el prisma a través del cual se interpreta la realidad y, en consecuencia, en la clave para moldear el futuro.

La nueva lucha por la supremacía: datos, poder y geopolítica

En el siglo XX, la riqueza y la influencia de las naciones se medían en barriles de petróleo, en reservas de oro o en poderío militar. En el siglo XXI, la hegemonía global depende de algo menos tangible pero infinitamente más poderoso: el dominio de los datos y la capacidad de extraer información útil de ellos.

Este nuevo orden geopolítico se define no solo por quién tiene acceso a los datos, sino por quién tiene la infraestructura para procesarlos. La competencia entre potencias ya no es solo por tierras o recursos naturales, sino por el control de las redes de telecomunicaciones, la infraestructura en la nube y las arquitecturas de IA más avanzadas.

China ha entendido esto al desarrollar su propia infraestructura digital y al restringir el acceso de compañías extranjeras a los datos de su población. Estados Unidos, por su parte, ha concentrado su poder en las grandes corporaciones tecnológicas, que almacenan y procesan más información que muchos gobiernos. Mientras tanto, Europa intenta equilibrar la balanza con regulaciones como el GDPR, que buscan limitar el acceso indiscriminado a los datos de sus ciudadanos.

¿Quién controla la verdad en la era de los datos?

Si el poder siempre ha estado ligado al conocimiento, en la era de la inteligencia artificial el poder absoluto lo tendrá quien controle la interpretación de los datos. Pero esto plantea un dilema fundamental: si las máquinas pueden encontrar patrones y anticipar eventos, ¿quién decide qué patrones son importantes y cuáles deben ser ignorados?

Este es el verdadero conflicto de nuestro tiempo. Ya no se trata solo de quién posee la información, sino de quién decide qué es real y qué no. En un mundo donde los algoritmos pueden amplificar narrativas, predecir comportamientos y modelar decisiones, la batalla por el control de los datos es, en última instancia, una batalla por el control de la realidad misma.

Pero hay una dimensión aún más crítica en esta lucha: la soberanía de los datos.

¿Qué pasa cuando los datos estratégicos de un país —su historia, sus recursos, su comportamiento social y económico— ya no están bajo su control? Hoy, muchos gobiernos dependen de infraestructuras extranjeras para almacenar y procesar sus datos más sensibles. Desde servidores en la nube hasta algoritmos de toma de decisiones, la soberanía digital se está volviendo tan crucial como lo fue la soberanía territorial en siglos pasados.

Los países que no aseguren el control sobre sus propios datos estarán condenados a vivir bajo las reglas de quienes sí lo hagan.

¿Será que las próximas guerras serán por los datos, o serán quienes manejen los datos los que las digitarán?

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Sergio Rentero

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